Mi delirio sobre el Chimborazo (1822)

Una contextualización sobre una obra maestra del Libertador, y porsupuesto, el prodigioso poema escrito por Bolivar en estado de éxtasis.

Mi delirio sobre el Chimborazo (1822)


Al entrar al Ecuador y perder mi cámara, quedó únicamente disponible mi “habilidad” para retratar atmósferas a punta de texto, redactaba sobre el primer papel que se me atravesara, muchas veces eran servilletas ó dorsos de recibos, y al final, un cuaderno que luego un amigo me obsequiara y que se convertiría en mi bitácora de vuelo. Al que no le guste leer tanto, puede saltar hasta el párrafo ANTERIOR AL TÍTULO que aparece justo debajo de la fotografía del taita Chimborazo, el cual contextualiza el precioso poema del Libertador, y al que si, bueno pues diré que en realidad son sólo 3 párrafos míos, diré que este post está motivado para saldarme una deuda con un relato que escribiera por carretera y que no quería que quedara por ahí olvidado, y aunque tiene un sabor muy personal, muy a “querido diario”, tiene como objetivo el compartir ese magnífico documento creado por Bolivar; tal vez una foto hubiera simplificado todo, me ahorraría el esfuerzo, pero ante la imposibilidad, el siguiente es simplemente el daguerrotipo de un tiempo, una fotografía más de mi viaje:

La preliminar de mi entrada a Quito se dio con un atardecer coronado a la derecha del horizonte por el volcán nevado del altar, al frente el volcán Tungurahua que se hallaba en humeantes fumarolas de alerta naranja y a la izquierda un tercer volcán que decidió ser un acertijo impenetrable. El mapa indicaba que en esa dirección, escondido tras una pesada cortina de nubes, se hallaba el colosal volcán del Chimborazo del que por estar ubicado sobre zona ecuatorial y dada la inclinación de la órbita terrestre, se dice ser la altura en la tierra más cercana al sol, mas próxima inclusive que la cumbre del mismo Everest. Un prometedor paisaje, pero oculto.

Pudo ser el imaginario y sutil vértigo de pensarme en un lugar tan alto, junto a una fuerza geológica de tal magnitud, pudo ser la fascinación de estar tan cerca del astro rey ó simplemente, el paisaje magnífico de los cultivos de trigo ya dorado a mis pies haciendole coreografías al viento, el atardecer fantástico que ya caía ó la mezcla de todas esas anteriores emociones, pero, nada mas fuerte que el revelar el misterio de esa niebla que me impedía observar a esta increíble obra de la naturaleza en todo su esplendor; Me dio curiosidad, mucha, le pregunté a los campesinos locales en que dirección se hallaba el Volcán y ellos muy amablemente me señalaban las nubes.. indicaban un poco alto para mi gusto, demasiado alto si uno comparaba con los andes bogotanos, ó con los otros volcanes de tamaño semejante que ya estaban a la vista, pero por lo que alcanzaba a ver entre los espacios en que se podía, y por lo que señalaba el mapa, deduje que definitivamente ahí detrás existiría un verdadero espectáculo que la noche con su frío ya comenzaba a arrebatarme para cubrirlo por completo, amenazaba la lluvia, así que remonté la carretera hacia Colombia con algo de tristeza ya que quien sabe hasta cuando regresaría para tener nuevamente la oportunidad de contemplarle, con poca esperanza ó con mucha, lo más seguro es que nunca.

Llegó la oscuridad, pasaron las horas y miraba una y otra vez cada tanto a la neblina para ver si lograba arrancarle algo (así fuera pequeño) a ese paisaje, y casi cuando perdía la referencia, y casi cuando me preparaba a aceptar la tan odiada impotencia y hasta imaginarme ya muy lejos del volcán, entró la luna llena en una curva aclarándolo todo, la luz lograba reflejarse en el asfalto, y como en un amanecer de cinco soles, dos relámpagos lejanos reventaron primero en el aire, luego en mis ojos y finalmente en mi pecho, la cúpula celeste por un par de segundos fue toda blanca y mientras se disipaba lentamente de nuevo al oscuro, pude observar que la muralla de nubes se había movido y el misterio dejó de serlo, el acertijo se revelaba y quedó descifrado: un majestuoso Titán se me presentaba al fondo de la carretera y las nieves perpetuas me obligaban a levantar la frente. Lo entendí, entendí por que esos campesinos señalaban tan arriba y me dio algo de vértigo, me sentí un poco ahogado, no era mal de altura, no era falta de aire pero me faltaba y no tuve más remedio que detener a la amadísima Libertad, ponerla a un costado, sobre la berma, y sin quitarle los ojos aún la montaña, bajar rápido para intentar zafarme el casco, la chaqueta y un poco el nudo en la garganta. Levanté aún más la frente, busqué la cumbre y al encontrarla confieso que no pude contener unas lágrimas que simplemente dejé caer sin limpiarlas. La desafiante naturaleza de una ráfaga de viento que pasó en ese instante confirmaba que jamás había visto algo tan Imponente y Magno en toda mi vida.

De ahí para adelante, una autopista despejada como la noche, los truenos distantes, un volcán nevado titánico y una luna llena perfectamente definida me acompañaban, esa madrugada hermosa prometí que no llegaría a Colombia sin haber tocado por primera vez la nieve, pero la historia del vertiginoso ascenso a contrareloj sobre el Cotopaxi será otra historia, otra que no escribiré.

[Mi delirio sobre el Chimborazo (1822)] El taita Chimborazo visto a 142 kilómetros de distancia, tenerlo al frente es otra canción. Le prometí unas letras, rendirle pleitesía en un lienzo, pero definitivamente no sería yo quien retratara semejante oda, alguien más ya lo había hecho un par de siglos atrás, uno que desde niño he considerado un ídolo, uno que había pasado justo por este mismo camino.

A mi regreso a Colombia, un par de semanas después, encuentro una noticia sobre el hallazgo de unos manuscritos. Una anciana, si no estoy mal del Tolima, presentía que en poco abandonaría este mundo; ella ubica a un historiador para dejar en buenas manos unos documentos que atesoraba y que sus hijos dedicados a la zapatería y el comercio seguramente no. Dentro de este compendio se hayaban papeles con ya los doscientos años encima, y uno en especial, fué expuesto con algo de misterio por el historiador en un congreso académico, cuyo título, de inmediato me sacudió y me transportó a la alegría de esa noche en carretera; sin dudarlo dos veces me puse en la tarea de buscarle por toda la red, hasta felízmente encontrarlo. Es raro que un texto me deje conmovido desde el primer párrafo, y si, quedé de una sola pieza.. tan acertado, tan del alma, que cualquier intento mío por retratar al Chimborazo sería imposible de igualar, ni siquiera con los renglones que ya había escrito a sus pies y que había acuñado para luego remontar una definición del éxtasis con lo mejor que diera mi pluma, eso sí, en lo que si me quedaba satisfacción era en el hecho de darme cuenta que no había sido tan aleatoria mi alegría de esa noche, al parecer quienes pasan por esa zona, tienen cierta sensación de llegar al cielo. Un volcán que no solo descrestó a los expedicionarios Alexander von Humboldt, Amadeo Bonpland y a todos los que pasaron por ahí (incluyéndome), sino que también representa el motivo que invocara la inspiración del mismísimo Simón Bolivar a una escala idílica, así que saldando la deuda conmigo mismo y con motivo del viaje de mi hermano hacia el centro del mundo, a continuación dejo a su disposición la que se considera la obra poética más significativa de la pluma del Libertador:



MI DELIRIO EN EL CHIMBORAZO (1822)

Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la Libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?

¡Sí podré!

Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo. Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.*

De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano…

“Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano”.

Sobrecogido de un terror sagrado, «¿cómo, ¡oh Tiempo! -respondí- no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino».

“Observa -me dijo-, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres”. El fantasma desapareció.

Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.

Simón Bolivar.




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